miércoles, 25 de septiembre de 2013

El TRABAJO INFANTIL...Edward Palmer Thompson: “La formación de la clase obrera en Inglaterra” (1962)


El TRABAJO INFANTIL no era una cosa nueva. El niño era parte intrínseca de la economía agrícola e industrial (...) La forma predominante de trabajo infantil [antes de la Revolución industrial] era en casa o en el marco de una economía familiar. Los niños más pequeños, de tres o cuatro años en adelante, podían ser empleados en pequeños recados (...)
En todos los hogares las muchachas se ocupaban decocer el pan, preparar malta de cerveza, lavar y otras labores.
En la agricultura, los niños (...) trabajaban en el campo hiciera el tiempo que hiciera, y si no, en la granja. Pero comparado con el sistema de fábrica las diferencias son considerables. En casa o en el campo las faenas eran variadas (y ya se sabe que la monotonía es particularmente cruel para los niños). En circunstancias normales el trabajo no era continuado, sino intermitente, siguiendo un determinado ciclo de labores (...)
[Iniciada la Revolución industrial] muchedumbres de niños se levantaban de madrugada, entraban en las fábricas y aquí permanecían hasta las siete o las ocho de la noche. Consiguientemente, en la últimas horas los niños necesariamente tenían que llorar o dormirse de pie, con las manos despellejadas del frote con la hilaza, mientras que sus padres les daban pescozones para mantenerlos despiertos y los encargados patrullaban sin descanso con la correa en la mano (...)

Edward Palmer Thompson: “La formación de la clase obrera en Inglaterra” (1962)

Fotografía de Lewis Hine

lunes, 23 de septiembre de 2013

¿Qué debe saber un niño de cuatro años?

Hace poco, en un foro sobre la educación de los hijos, leí una entrada de una madre preocupada porque sus hijos, de cuatro años y año y medio, no sabían lo suficiente. "¿Qué debe saber un niño de cuatro años?", preguntaba.
Las respuestas que leí no solo me entristecieron sino que me irritaron. Una madre indicaba una lista de todas las cosas que sabía su hijo. Contar hasta 100, los planetas, escribir su nombre y apellido, y así sucesivamente. Otras presumían de que sus hijos sabían muchas más cosas, incluso los de tres años. Algunas incluían enlaces a páginas con listas de lo que debe saber un niño a cada edad. Solo unas pocas decían que cada niño se desarrolla a su propio ritmo y que no hay que preocuparse.
Me molestó mucho que la respuesta de esas mujeres a una madre angustiada fuera añadirle más preocupación, con listas de todo lo que sabían hacer sus hijos y los de ella no. Somos una cultura tan competitiva que hasta nuestros niños en edad preescolar se han convertido en trofeos de los que presumir. La infancia no debe ser una carrera.
Por todo ello, he decidido proponer mi lista de lo que debe saber un niño (o una niña) de cuatro años:
  1. Debe saber que la quieren por completo, incondicionalmente y en todo momento
  2. Debe saber que está a salvo y debe saber cómo mantenerse a salvo en lugares públicos, con otra gente y en distintas situaciones. Debe saber que tiene que fiarse de su instinto cuando conozca a alguien y que nunca tiene que hacer algo que no le parezca apropiado, se lo pida quien se lo pida. Debe conocer sus derechos y que su familia siempre le va a apoyar.
  3. Debe saber reír, hacer el tonto, ser gamberro y utilizar su imaginación. Debe saber que nunca pasa nada por pintar el cielo de color naranja o dibujar gatos con seis patas.
  4. Debe saber lo que le gusta y tener la seguridad de que se le va a dejar dedicarse a ello. Si no le apetece nada aprender los números, sus padres tienen que darse cuenta de que ya los aprenderá, casi sin querer, y dejar que en cambio se dedique a las naves espaciales, los dinosaurios, a dibujar o a jugar en el barro.
  5. Debe saber que el mundo es mágico y ella también. Debe saber que es fantástica, lista, creativa, compasiva y maravillosa. Debe saber que pasar el día al aire libre haciendo collares de flores, pasteles de barro y casitas de cuentos de hadas es tan importante como practicar la fonética. Mejor dicho, mucho más.
Pero más importante es lo que deben saber los padres:
  1. Que cada niño aprende a andar, hablar, leer y hacer cálculos a su propio ritmo, y que eso no influye en absoluto en cómo de bien ande, hable, lea o haga cálculos después.
  2. Que el factor que más influye en el buen rendimiento académico y las buenas notas en el futuro es que leer a los niños de pequeños. No las fichas, ni los manuales, ni las guarderías elegantes, ni los juguetes y ordenadores más rutilantes, sino que mamá o papá dediquen un rato cada día o cada noche (o ambos) a sentarse a leerles buenos libros.
  3. Que ser el niño más listo o más estudioso de la clase nunca ha significado ser el más feliz. Estamos tan obsesionados por tratar de dar a nuestros hijos todas las "ventajas" que lo que les estamos dando son unas vidas tan pluriempleadas y llenas de tensión como las nuestras. Una de las mejores cosas que podemos ofrecer a nuestros hijos es una niñez sencilla y despreocupada.
  4. Que nuestros niños merecen vivir rodeados de libros, naturaleza, utensilios artísticos y la libertad para explorarlos. La mayoría de nosotros podríamos deshacernos del 90% de los juguetes de nuestros hijos y no los echarían de menos, pero algunos son importantes: juguetes como los LEGO y las construcciones, juguetes creativos como los materiales artísticos de todo tipo (buenos), los instrumentos musicales (tanto clásicos como multiculturales), disfraces, y libros y más libros (cosas, por cierto, que muchas veces se pueden conseguir muy baratas en tiendas de segunda mano). Necesitan libertad para explorar con estas y otras cosas, para jugar con montoncitos de alubias secas en el taburete (supervisados, por supuesto), amasar pan y ponerlo todo perdido, usar pintura, plastilina y purpurina en la mesa de la cocina mientras hacemos la cena aunque lo salpiquen todo, tener un rincón en el jardín en que puedan arrancar la hierba y hacer un cajón de barro.
  5. Que nuestros hijos necesitan tenernos más. Hemos aprendido tan bien eso de que necesitamos cuidar de nosotros mismos que algunos lo usamos como excusa para que otros cuiden de nuestros hijos. Claro que todos necesitamos tiempo para un baño tranquilo, ver a los amigos, un rato para despejar la cabeza y, de vez en cuando, algo de vida aparte de los hijos. Pero vivimos en una época en la que las revistas para padres recomiendan que tratemos de dedicar 10 minutos diarios a cada hijo y prever un sábado al mes dedicado a la familia. ¡Qué horror! Nuestros hijos necesitan la Nintendo, los ordenadores, las actividades extraescolares, las clases de ballet, los grupos organizados para jugar y los entrenamientos de fútbol mucho menos de lo que nos necesitan a NOSOTROS. Necesitan a unos padres que se sienten a escuchar su relato de lo que han hecho durante el día, unas madres que se sienten a hacer manualidades con ellos, padres y madres que les lean cuentos y hagan tonterías con ellos. Necesitan que demos paseos con ellos en las noches de primavera sin importarnos que el pequeñajo vaya a 150 metros por hora. Tienen derecho a ayudarnos a hacer la cena aunque tardemos el doble y trabajemos el doble. Tienen derecho a saber que para nosotros son una prioridad y que nos encanta verdaderamente estar con ellos.
Y volviendo a esas listas de lo que saben los niños de cuatro años...
Sé que es natural comparar a nuestros hijos con otros niños y querer asegurarnos de que estamos haciendo todo lo posible por ellos. He aquí una lista de lo que se suele enseñar a los niños de esa edad y lo que deberían saber al acabar cada curso escolar, a partir del preescolar.
Como nosotros estamos educando a nuestros hijos en casa, yo suelo imprimir esas listas para comprobar si hay algo que falte de forma llamativa en lo que están aprendiendo. Hasta ahora no ha sucedido, pero a veces obtengo ideas sobre posibles temas para juegos o libros que sacar de la biblioteca pública. Tanto si los niños van al colegio como si no, las listas pueden ser útiles para ver lo que otros están aprendiendo, y pueden ayudar a tranquilizarnos sabiendo que van muy bien.
Si existen aspectos en los que parece que un niño está por detrás, hay que darse cuenta que eso no indica ningún fracaso, ni del niño ni de sus padres. Simplemente, es una laguna. Los niños aprenden lo que tienen alrededor, y la idea de que todos deben saber esas 15 cosas a una edad concreta es una tontería. Aun así, si queremos que las aprenda, lo que tenemos que hacer es introducirlas en la vida normal, jugar con ellas, y las absorberá de manera natural. Si contamos hasta 60 cuando estamos haciendo la masa de un bizcocho, aprenderá a contar. Podemos sacar de la biblioteca libros divertidos sobre el espacio o el abecedario. Experimentar con todo, desde la nieve hasta los colores de los alimentos. Todo irá entrando con más naturalidad, más diversión y muchas menos presiones.
Sin embargo, mi consejo favorito sobre los niños pequeños es el que aparece en esta página. 
¿Qué necesita un niño de cuatro años?

Mucho menos de lo que pensamos, y mucho más.

jueves, 19 de septiembre de 2013

El cerebro de los niños con poco amor es más pequeño de lo normal...

La falta de afecto hacia los niños no sólo tienen efectos negativos en su componente emocional; también físicos. Y es que un estudio reciente ha revelado que el cerebro de los niños pequeños que han sido más descuidados por sus madres es más pequeño que el de aquellos que han recibido tratos normales.

El estudio, llevado a cabo por psiquiatras infantiles y neurocientíficos de la Washington University School of Medicine en Saint Louis, ha sido publicado en la revista PNAS, y recogido por el Sunday Telegraph.
Los análisis se basan en una imagen con dos cerebros, el de la izquierda más grande que el de la derecha. El de la izquierda es más grande y tiene menos manchas y zonas oscuras que el de la derecha. Se trata del cerebro de un niño de 3 años que ha recibido unos cuidados normales de su madre y que es constantemente receptiva a las necesidades y estímulos de su niño.

El niño con el cerebro más pequeño había sido víctima de negligencias graves y abusos. Este cerebro, además, carece de áreas fundamentales que sí están presentes en el cerebro de la izquierda.
El niño con el cerebro más grande será más inteligente y tendrá mayores habilidades sociales, además de mayor empatía. Por el contrario, el niño con el cerebro más pequeño será más proclive a convertirse en adicto a las drogas, a participar en crímenes violentos y a estar desempleado. Asimismo, también será propenso a desarrollar enfermedades mentales.

El estudio encontró que los niños cuyas madres les han atendido correctamente durante sus primers años de vida tienen un cerebro con un hipocampo más grande, lo que es clave para el aprendizaje, la memoria y la respuesta al estrés.



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martes, 17 de septiembre de 2013

La educación basada en premios y castigos: un obstáculo para el desarrollo de la autorregulación... por Mónica Serrano.

Falsas creencias sobre la crianza y el desarrollo infantil...

En general se tiene una creencia errónea muy arraigada basada en la idea de que los niños, para desarrollarse adecuadamente, necesitan una instrucción (dirigida e, incluso autoritaria) muy intensa por parte del adulto.
Esta creencia forma parte de la cultura adultocentrista que caracteriza a la sociedad occidental y que infravalora las capacidades naturales de los niños. Se interactúa con los niños desde la firme creencia de que el adulto, por tener las capacidades más desarrolladas que el niño, tiene derechos por encima de él.
Se cree, también, que el carácter innato y la forma de actuar de los niños deben ser moldeados a gusto del educador mediante técnicas de modificación de conducta (basadas en premios y castigos) que no tienen en consideración los aspectos emocionales de la persona.
Asimismo, se desconoce, en general, las características del desarrollo evolutivo de los niños, lo cual genera ideas equivocadas sobre las necesidades de éstos y sobre la manera de favorecer el buen desarrollo de los mismos.
Sin embargo, la realidad es muy diferente. Los niños nacen provistos de grandes capacidades que impulsan su desarrollo si se les permite.
No necesitan una instrucción autoritaria e inflexible por parte del adulto para crecer y desarrollarse. Por el contrario, necesitan una figura de apego que les otorgue seguridad y confianza y les acompañe emocionalmente en su desarrollo, sirviéndoles de protección, guía y referente.
Más aún, para un desarrollo adecuado del niño, el adulto debe comprender y dar respuesta a sus necesidades físicas y emocionales, respetando el carácter natural del niño y su ritmo de desarrollo.

La educación basada en premios y castigos: un obstáculo para el desarrollo de la autorregulación...

Cuando se cría a un niño basando su educación en premiar las acciones que el adulto considera adecuadas y en castigar las que considera inadecuadas, se está impidiendo de manera absoluta la capacidad de autorregulación del niño.
La autorregulación se define como la capacidad de las personas de modificar sus comportamientos y actitudes en función de las propias necesidades y de las demandas de situaciones específicas.
Así, trata de un mecanismo de adaptación al medio social altamente sensible a las influencias ambientales, por lo que los padres tienen un papel esencial sobre el desarrollo de esta capacidad durante la infancia.
La autorregulación permite al niño desarrollar la capacidad de tomar decisiones, hacer elecciones, confiar en sí mismo y ser asertivo.
Cuando se basa la educación en premios y castigos se está vinculando fuertemente la actividad (física y emocional) del niño a condicionantes externos. De este modo, el niño interioriza que su acción ha de estar regulada por la intervención de agentes diferentes de sí mismo.
Así, el niño adopta un papel pasivo en la toma de decisión, la elección, el control de sus propios procesos y de la regulación de sus necesidades, depositando la gestión de las distintas áreas de su desarrollo en manos del adulto.
Además, se orienta la acción del niño a la consecución de un objetivo (premio) o a la evitación de un resultado indeseable (castigo).
Sin embargo, la eficacia de los premios y castigos sobre el comportamiento del niño no es permanente. A medida que el niño crece, pierde el interés en los premios y el miedo a los castigos.
Para mantener la eficacia de los mismos, los premios deberían ser cada vez más atractivos y los castigos más aversivos. Sin embargo, siempre llega un momento en el que este incremento del atractivo o la aversión se torna inviable y los premios y castigos pierden su eficacia como modificadores de la conducta.

Otorgando a otros el poder sobre la vida del niño...

Por otra parte, cuando un niño aprende a actuar en función de condicionantes externos, pierde la posibilidad de desarrollar habilidades personales y sociales propias que le permitan desenvolverse adecuadamente en su día a día.
Desprovisto de estas habilidades (confianza en sí mismo, asertividad, capacidad de autocontrol y de toma de decisiones autogestionadas…), el niño siempre necesitará un condicionante externo.
Cuando este condicionante es impuesto por los padres, son éstos quienes tienen el control sobre su hijo pero ¿qué sucede en situaciones en las que los padres están ausentes? ¿quién toma ese control sobre el niño?
En estos casos, el niño queda expuesto al control de otras personas (maestros, compañeros, cuidadores…). Ante la incapacidad de autorregulación, el niño puede ser controlado por todo tipo de personas, con el peligro que esto conlleva para sí.
Con esto, quería ofrecerte un enfoque basado en la necesidad de autorregulación para justificar lo inadecuado de la educación basada en premios y castigos.
Espero que mi respuesta te haya aportado más luz a una decisión adecuada que ya habías tomado.

Mónica Serrano, blog psicología infantil y crianza con  apego...

martes, 3 de septiembre de 2013

La frustración innecesaria en la infancia...

JAMAS, debe­mos de frus­trar las necesi­dades afec­ti­vas. ¿A quién le ha hecho daño un abrazo, una mirada cál­ida o una pres­en­cia en los momen­tos de mayor necesi­dad? ¿A quién le hace daño el amor?
Con­fundi­mos la frus­tración de necesi­dades cul­tur­ales, con la frus­tración de las necesi­dades afec­ti­vas. La única frus­tración salud­able, es la que frena el sin­sen­tido del con­sum­ismo. Con­sum­ismo de la Tv. no con­struc­tiva. De los dul­ces exce­sivos. Sabe­mos que com­prar y com­prar, tapona en pequeños y may­ores, grandes lagu­nas y ausen­cias afec­ti­vas. Y la sociedad no limita, sino fomenta estas necesi­dades vacías.